No recuerdo exactamente hace cuanto tiempo no recito la Oración a la Bandera Salvadoreña, pero de lo que si estoy seguro con certeza es que no lo hice con mucho entusiasmo, es más, debí haberme quedado callado o estar masticando algún chicle, a escondidas de algunas de las maestras que nos vigilaban como 'carceleras'. Pero, ayer, justo de camino a mi trabajo, me han asaltado de pronto sus versos, y me he sentido 'un salvadoreño'. ¡Vaya!
En estos días, que han sido demasiados, en que la gente pinta sus credos e ideologías de diferentes colores, y se juzgan los actos y opiniones de los demás desde esa perspectiva, parece que a todos se nos ha olvidado ese detalle, que todos, sin importar el color de camiseta o de que lado toman la sartén, somos salvadoreños.
Mucha culpa de esa situación la tienen los 'políticos' pero no tienen 'toda la culpa de ello'.
Conmigo es difícil. Yo, para efectos de política soy daltónico. Para llamar mi atención, no basta con ponerse una camisa de un color u otro, porque mi visión es monocroma, como la de un perro callejero o la de un lobo solitario. Durante más de un año, han intentado por todos los medios de hacerme ver esos colores, sin tener en mi más efecto que la indiferencia y el cansancio de escuchar, leer y ver cuanta cosa se inventa 'en nombre de la patria'.
Hay mucha ansiedad en el país, y temor. Creo, en lo personal, que el problema no radica en quién saldrá ganador de las elecciones de presidente y vicepresidente, si no más bien, en quién saldrá perdedor de esta justa. En todo caso, quienes hemos perdido —gane quien gane— somos todos los salvadoreños.
Hemos perdido porque hemos olvidado que después de mañana el país sigue, la vida sigue, los problemas, los éxitos, los fracasos, las necesidades, el hambre, la alegría, todos sigue, hasta la selección nacional sigue.
Hemos perdido porque hemos dividido el país y a la gente, al antojos de unos cuantos que se creen voceros de todos y caudillos de todo mundo.
Creo que ha sido un niño de aproximandamente cinco años quien me ha ayudado en esta reflexión, porque después de verlo con su maleta, sus zapatos lustrados, su camisa limpia, su pelo en orden, su cara de 'niño recién bañado y con sueño', he recordado aquellos días en que, con desgano, recitaba los versos de esa expresión que David Joaquín Guzmán escribiera en 1925, y me sentí, por un momento, enamorado de mi tierra.
Ya no me importa si Norma tartamudeo al recitarla o si la niña que eligieron de entre muchos de mi escuela para que la recitara al recién electo presidente de aquel entonces, lo hizo gritando y que después de muchos años se volvió una desnudista o una destacada presentadora de televisión, no, eso ya no tiene importancia alguna porque ahora desearía haber sido yo quien la recitaba en ese entonces.
En estos días, que han sido demasiados, en que la gente pinta sus credos e ideologías de diferentes colores, y se juzgan los actos y opiniones de los demás desde esa perspectiva, parece que a todos se nos ha olvidado ese detalle, que todos, sin importar el color de camiseta o de que lado toman la sartén, somos salvadoreños.
Mucha culpa de esa situación la tienen los 'políticos' pero no tienen 'toda la culpa de ello'.
Conmigo es difícil. Yo, para efectos de política soy daltónico. Para llamar mi atención, no basta con ponerse una camisa de un color u otro, porque mi visión es monocroma, como la de un perro callejero o la de un lobo solitario. Durante más de un año, han intentado por todos los medios de hacerme ver esos colores, sin tener en mi más efecto que la indiferencia y el cansancio de escuchar, leer y ver cuanta cosa se inventa 'en nombre de la patria'.
Hay mucha ansiedad en el país, y temor. Creo, en lo personal, que el problema no radica en quién saldrá ganador de las elecciones de presidente y vicepresidente, si no más bien, en quién saldrá perdedor de esta justa. En todo caso, quienes hemos perdido —gane quien gane— somos todos los salvadoreños.
Hemos perdido porque hemos olvidado que después de mañana el país sigue, la vida sigue, los problemas, los éxitos, los fracasos, las necesidades, el hambre, la alegría, todos sigue, hasta la selección nacional sigue.
Hemos perdido porque hemos dividido el país y a la gente, al antojos de unos cuantos que se creen voceros de todos y caudillos de todo mundo.
Creo que ha sido un niño de aproximandamente cinco años quien me ha ayudado en esta reflexión, porque después de verlo con su maleta, sus zapatos lustrados, su camisa limpia, su pelo en orden, su cara de 'niño recién bañado y con sueño', he recordado aquellos días en que, con desgano, recitaba los versos de esa expresión que David Joaquín Guzmán escribiera en 1925, y me sentí, por un momento, enamorado de mi tierra.
Ya no me importa si Norma tartamudeo al recitarla o si la niña que eligieron de entre muchos de mi escuela para que la recitara al recién electo presidente de aquel entonces, lo hizo gritando y que después de muchos años se volvió una desnudista o una destacada presentadora de televisión, no, eso ya no tiene importancia alguna porque ahora desearía haber sido yo quien la recitaba en ese entonces.
1 comentario:
sabes algo aqui en mi tierra los maracuchos como digo yo (marabinos como deberia ser) somos demasiado regionalistas... es algoque llevamos dentro por mas que estemos en otra ciudad o país no olvidamos nuestra tierra aunque a muchos les parece algo ridiculo y somos bastante criticados es algo que nos identifica y nos caracteriza del resto del país...
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