marzo 02, 2018

Haec ego non multis scribo, sed tibi: satis enim magnum alter alteri theatrum sumus

Cuantas veces me he dicho:
¿Seré yo esa piedra?

(Comunión Plenaria, de Oliverio Girondo
El Lado Oscuro del Corazón, 1992)



Escribe. No dejes de escribir.

Solo por costumbre. Solo porque sí. Solo para dejar constancia. Escribe, dijo. Escribe sin parar. No pares de escribir, no te detengas. Insiste, insiste. Escribe. Solo hazlo.

Y heme aquí.

Fue hace mucho tiempo, frente a frente, sin mirarnos. El árbol, la piedra, el ave... el silencio. El libro sobre mi rostro. La lluvia... El sonido del viento entre las ramas. La hoja que se desprendía de la rama. La rama que sostenía al árbol, o al universo. Era yo en algún lugar de ninguna parte, susurrando un nombre corto, prohíbido, pesado como acero. Era yo siendo nada, nadie. Todo.

Escribe, dijo.
Escribeme algo.

El sol rebotando en el agua. La risa del niño expandiéndose en todas partes. La zarsa viéndome desde la llama. La roca esperando mi voz.

Era el libro sin título.
Era el poema que no fue.

Escribe, maldita sea. ¡Escribe!

Y así fue.


 ***

Tuve una guitarra negra. Una guitarra que primero fue roja, pero antes fue madera. Fragmento de un árbol, de una semilla sin nombre.

Tuve una guitarra negra, sin nombre. La lleve conmigo a muchos sitios. Y en cualquier rincón, tocaba para nadie. Deslizaba mi dedos en ella, a veces sin sentido, a veces sin paciencia, a veces sin dar con la nota exacta.

Tuve una guitarra negra. Canté demasiadas veces lo que no entendía. Me gustaba pensar que entre ella y yo existía cierta complicidad. Cierta armonía. Que eramos uno...

Tuve una guitarra negra.
La rompí yo mismo contra el suelo.
Hoy lo recordé.


***

Si das con el verso exacto, no necesitarás escribir de más, me dijo. Le pedí que volviera a explicarme el asunto. Despacio. ¿El verso exacto? ¿Cómo saber tal cosa?, pregunté. Pero no conseguí arrancarle el secreto. Entonces escribí cierto poema sin rima. Empeza algo así como "si despierto de repente susurrando tu nombre/ sin causa/ sin remedio/ realmente no estaba dormido...". Luego, a medida que escribía más palabras, el poema me llevaban a otra parte, a otros rostros, al laberinto. Paraba y lo intentaba una y otra vez, sin logarlo.

El verso exacto no existe, me repetía a mi mismo mientras lo buscaba. No hay tal cosa como eso.

Deje, pues, de escribir. Quemé tantos poemas que casi sentí escuchar sus gritos. Olvide todas palabras.

Cierto día de agosto, mientras llovía, recordé de pronto un poema escrito al margen de un libro. Caminaba bajo la lluvia, pues en aquellos días disfrutaba de tal cosumbre. Iba recitando aquel poema en mi mente. El verso exacto... susurré. Y escribí:

Lluvia eres
cuando me tocas
cuando me evades
cuando me empapas...

Y no seguí más. Mas la lluvia insistió tanto que casi me dió pulmonía.

¿Cómo van tus poemas?, me preguntó un día lluvioso. Dejé de escribir, le respondí. ¿Por qué?, preguntó asombrado y molesto. Porque no dí con el verso exacto, respondí. ¿Y cómo darás con él si no escribes?, me preguntó.

Escribe, tonto. Escribe.


***

©2018 DEARmente

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