O, los lobos no lloran.
- ¿Qué ves?
- Las estrellas.
- ¿Todas?
- Todas.
- ¿Por qué?
- Porque busco entre ellas.
De niño nunca tuve claro qué significa admirar a una persona. No distinguía si tal cosa era buena o mala, o si personalmente admiraba a alguien. Mis pensamientos estaban más ligados a mis sensaciones que al discernimiento de tal situación. Yo quería. Yo estimaba. Yo apreciaba. Yo temía. Yo, el niño, no sabía admirar.
Fui niño poco tiempo. Tan poco que a veces pienso que no lo fui. Entendiendo la niñez como una etapa de inocencia, yo deje de ser inocente demasiado pronto. No di un salto en el tiempo. No tomé atajos. Los años transcurrieron de uno en uno, pero mi mente se aceleró un poco más. Para bien o para mal, siempre parecí mayor a la edad correspondiente.
Siendo adolescente, descubrí gustos personales que me hacían pensar que la admiración tiene como pilar la simpatía. Así, se elige admirar aquello que nos resulta en principo agradable, luego fascinante, hasta evolucionar en placentero. Elegimos admirar la excelencia de lo que a nosotros nos gusta.
Se admira lo que se desea, lo que nos produce cierta felicidad.
"No admirar casi nada es, oh Numicio,
es lo que hacernos dichosos siempre puede"
(Espistola VI, Horacio)
Se emula lo que se admira, me dijo un maestro. Entonces hice un recuento de mis emulaciones. Tenía doce años. Sabía lo que no quería imitar, pero no sabía qué quería imitar, ni qué o a quién estaba imitando. Entonces me di cuenta que no admiraba a ninguna persona. Sentía cariño y simpatía por personas a quienes no quería imitar. Amaba a personas que no quería imitar... ni por genética.
Un día, visitando a mi bisabuela, me enfrente a la inevitable influencia genética que hay en mi de otros. Quedé expuesto, sin argumentos. Yo no imito aquello que heredo, pero tal condición es inevitable. Así, sin buscar imitar, terminas haciendo gestos de alguien más. Alguien a quien por cierto nunca se te pasa por la mente admirar. Es la voz de alguien más proyectándose desde tu boca, o el guiño involuntario, o la mueca pícara que no sabes de dónde sale, por mencionar las cosas inofensivas o inocentes (porque malas hay).
"Pues los hombres comienzan y comenzaron
a filosofar movidos por la admiración"
(Metafísica, Aristóteles)
La admiración de quien reconoce su ignorancia. No se puede admirar lo que no se conoce. Pareciera el camino fácil. Conozco, luego admiro. Entendiendo la filosofía como la busqueda del conocimiento, admirar pues se torna filosófico. Así, solo si conoces algo o a alguien puedes simpatizar con ello y elegir admirar.
No, no estaba conforme con eso.
Recostado en la banca, a la sombra de un maquilishuat, renegué.
Estaba en mi primer año de universidad y no había elegido a quien admirar, o no sabía con certeza si era admirador de alguien. Muy a pesar del placer que me producía la poesía de este o aquel autor, o la fascinacion que tenía por la música de esta o aquella banda. Sin contar mi gusto por el teatro y la cinematografía, no me atrevía a afirmar si tales gustos alcanzaban el nivel de admiración.
Aún no cumplía dieciocho años.
Una tarde, buscando donde tomar un café, cierto percanse me dio una pista clara del tema. Estando sentado, mientras esperaba, noté un detalle curioso en el lugar. Había nudos Cabeza de Turco en las sillas de madera. Regresé a mi infancia en un pensamiento. Pensé en todo lo que aprendí del Escultismo. Y sonreí.
BP, pensé.
Desde niño imite a alguien sin enterarme que lo hacía. Aprendí de sus enseñanzas, sin pensar que estaba emulando a alguien. Adquirí habilidades que no heredé, y lo hice de forma voluntaria. Habilidades que incluso ahora que soy un adulto al borde de los cuarenta me han ayudado mucho a no ser un despistado.
Recordé a Impeesa, el lobo que nunca duerme.
Cuando era militar, Baden-Powell, fundador del Escultimo, realizo tareas de reconocimiento y espionaje en contra de los Matabeles. Hizo muchas incursiones en las líneas enemigas sin ser atrapado. En una ocasión escuchó que se referían a él como "impeesa", que en lengua nativa es "hiena que merodea por las noches".
“En este sentido el enemigo me llegó a conocer bastante bien; me dieron el mote de “Impeesa”, la bestia que se arrastra por la noche, (the beast that creeps about by night)”.
( Baden-Powell)
Algunos sugieren que los Matabeles le llamaron así de forma despectiva, pero no es cierto pues aquellos pueblos, incluso con odio incluído, mostraban pofunda admiración por los guerreros que mostraban valor y astucia, incluso si eran sus enemigos. Los Matabeles mostraron que la admiración puede desligarse de la simpatía o del afecto, concluí. Y así fui haciendo mi teoría.
B.P. adornó aquel apelativo. Impeesa pasó a ser El lobo que nunca duerme. Aquel que siempre está atento, sin despistes. Aquel a quien ni el que madruga le saca ventaja, pues al no dormir está siempre un paso adelante.
Reconocí que es posible admirar virtudes por encima de las personas, y comencé, sin miedo, a mostrar mi admiración por conocidos y desconocidos. A valorar sus cualidades. Algunas heredadas, otras adquiridas con disciplina y sacrificio. Incluso sin sentir simpatía, admiré cualidades particulares en personas que nunca consideré admirar.
Admiro a Baden-Powell, pero admiro más a Impeesa, pues fue capaz de provocar admiración de aquellos que no le querían, de aquellos que le querían fuera del juego, de aquellos declarados enemigos, de quienes tenían en mente capturarlo. Eliminarlo...
- ¿No puedes dormir?
- Si puedo.
- ¿Por qué no lo haces?
- Porque veo las estrellas.
- ¿Para qué?
- Para no ser despistado.
Como los árboles, algunas ideas se vuelven fuertes con el tiempo. Sus formas pueden parecer distintas, pero no pierden su naturaleza, solo crecen y se vuelven robustas. Mis ideas son fijas. Pienso que Impeesa solo cumplía con su deber, y lo hacía de la mejor manera posible.
El lobo que nunca duerme no se detenía a llorar porque no era admirado por sus colegas o amigos, lejos de eso, se dedicó a hacer su trabajo diariamente en función del beneficio de una misión colectiva y no personal, y así, y solo así, logro arrancar admiración del otro lado, de quienes no lo esperaba, pero de quienes sin duda no buscaban adularle.
Ser pues como Impeesa, dar siempre lo mejor, estar siempre listo, y no detenerse a llorar por la poca o nula admiración que obtenemos de quienes deseamos o esperamos quizás no sea fácil, pero tal vez despierte admiración de aquellos que sepan que de ninguna forma podrán atrapar al lobo que no llora, al Lobo que nunca duerme.
Paz.
©2018 DEARmente
No hay comentarios:
Publicar un comentario