La batalla está casi perdida. John Dunbar ha sido herido. Sangra. El dolor casi le somete al desmayo. Tendido sobre una camilla alcanza a escuchar que van a cortarle una pierna, pero antes, los doctores van por un café.
John no está de acuerdo. No quiere perder su pierna. Con mucho esfuerzo, se pone su bota y se levanta. Camina con dolor hacia el frente de batalla sin tener cuidado de los disparos del enemigo. Hay resignación en sus pensamientos.
Como gestor de su propio destino, monta un caballo y se lanza a la línea enemiga, solo, sin armas. Sin embargo, su primer intento suicida falla. El enemigo estaba distraído.
En su segundo intento, alza sus manos al cielo, luego de pedir perdón al cielo.
Es 1991.
Estoy en el cine viendo como John Dunbar falla en su intento de suicidio. Para no perder su pierna, intenta entregar su vida. Irónicamente, buscando su muerte, salva su pierna y se convierte en héroe.
Tenía once años cuando vi Danza con lobos por primera vez. Y fue a tiempo.
Hoy recordé esa escena mientras tomaba un café. Recordé que fue un café el que salvó la vida de ese soldado herido. Un café antes de amputar su pie. Mi recuerdo fue tal como en ese día en el cine, cuando experimente esa catarsis frente al momento de John Dunbar.
Tenía mis ojos inundados de esa imagen liberadora, cuando ese hombre se entrega al destino con los brazos abiertos. Pude sentir el mismo escalofrío de la primera vez. El mismo que recorre mi cuerpo y alma cada vez que veo la escena.
Pensé en ese café...
Un aparente descuido, desgano o negligencia en la enfermería del campo de batalla, termino salvando a John Dunbar. Ese pequeño antojo repentino marcó diferencia. Un break. Aquí en mi país, un sagrado vicio.
Hice cuentas. Era mi cuarto café del día. "Cuatro vidas", pensé. Cuatro John Dunbar. Cuatro héroes...
No tomo mucho café. Dos tazas es mi limite diario. No siempre, pues he pasado periodos largos sin beberlo. Meses incluso. Hoy, el cuarto café me hizo pensar algunas cosas.
No entiendo a los suicidas. Quizá simpatizo con John Dunbar porque todo quedó en un mal intento de suicidio, con desenlace inesperado. Una lección de que buscar la muerte como fin puede no ser la solución adecuada.
Entonces recorde a todos los conocidos que me han confesado desear la muerte. Sea por no encontrar solución a su problemas, por sufrir una decepción enorme, por no encontrar sentido a la vida, por soledad, por cargar secretos vergonzosos, por no perdonar a otros o a sí mismos, por haber perdido seres amados o posesiones irrecuperables, por haber sufrido abuso y violaciones continuas... Llevan un dolor tan grande y profundo en sus almas que piensan que solo la muerte puede aliviarles.
Yo siempre digo NO.
Yo siempre digo NO.
John Dunbar era un soldado. Sabía que la muerte estaba alli, enfrente, cargando sus balas y apuntandole. La muerte, en cierta forma, era su deber. Morir en combate por defender su causa. Ofrendar su vida por la patria, por sus compañeros, por honor... Enfrentaba a diario a la muerte.
Sin embargo, en su intento de suicidio, John busca la muerte en otra forma. Sabe que vivo perderá su pierna. Es más, es posible que cortarla fuera la única forma de salvar su vida. Pero él busca la muerte para no perder su pierna, para no vivir con esa perdida, para no sentirse derrotado, pues aunque su bando ganara la batalla, sin pierna, él habría sido derrotado.
Sin embargo, en su intento de suicidio, John busca la muerte en otra forma. Sabe que vivo perderá su pierna. Es más, es posible que cortarla fuera la única forma de salvar su vida. Pero él busca la muerte para no perder su pierna, para no vivir con esa perdida, para no sentirse derrotado, pues aunque su bando ganara la batalla, sin pierna, él habría sido derrotado.
Orgullo propio.
"Perdoname, padre", dice. Y luego, se lanza a los brazos de la muerte.
Su acto termina siendo inspiración.
Pero el café...
Muchos cafés han salvado vidas. John Dunbar lo prueba.
Esa pausa. Ese esperar un momento. Esa forma de dejar de hacer algo. Detenerse un momento antes de amputar, antes de cortar lo que parece que no tiene rescate. No porque no exista salvación sino por la prisa, el impulso o las circunstancias. A veces por el mismo bloqueo que produce el cansancio o la fatiga. Parar, aunque lo que está enfrente parece inservible, irreversible.
Cortar un poco, para salvar el resto. Amputar lo inservible, para rescatar todo lo demás.
John Dunbar tuvo su chance, como el marino que aprovecha el viento a favor, o como cuando El Principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros para escapar. Tomó su oportunidad, pero con una mala idea. Muy mala idea. Buscó su muerte, pues se sentía derrotado. Que la cosa saliera al revés y resultara paradójica solo admite disculpa por simpatía. Además, todo inicia porque sus doctores deciden ir por un café.
El destino. Un café. La pausa. La salvación.
El destino. Un café. La pausa. La salvación.
John Dunbar encuentra doble redención en la película. Aprende grandes lecciones, como que la vida no es solo lo que pensamos o queremos. Hay más. Hay formas nuevas de renacer, a pesar de. Aprende que somos un colectivo de circunstancias no deseadas. Todos de alguna forma somos una especie de accidente universal, pero, aún así, con propósito.
Al final, John no perdió la batalla, ni su pierna, ni su vida; pero si perdió la idea esa que todo está acabado solo porque él piensa que es así.
Claro que no estaría escribiendo esto de él si esos doctores no hubieran decidido hacer una pausa para tomarse un café.
El café que salvó a John Dunbar.
El café que salvó a John Dunbar.
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