1
Minuto 85 del partido. Cero a cero el marcador. Partido abierto, con muchas ocasiones para ambos equipos. Las barras satisfechas por el juego, pero animando apasionadamente a sus equipos esperando que se resolviera un ganador en los últimos minutos. De pronto, un contraataque rápido. Un jugador corre por la banda y lanza un centro al área. El delantero salta, pero el balón pasa de largo con milímetros, sin embargo, alguien cierra la jugada con un salto espectacular y cabezazo certero. El balón entra. Nadie celebra. Hay confusión en los jugadores, en las barras.... cuando el polvo se disipa, el arbitro se levanta del piso, sacude su uniforme y dice "pero este no vale". Saque de puerta y sigue el partido que termina empatado a cero. Todos se dan la mano. Gran partido. Alguien se acerca al árbitro y pregunta "¿Por qué cabeceó ese centro si usted no juega?" y el arbitro responde "Es que venía bien chulo (bonito) y era una pena que no se hiciera el gol"*
2
Terminan el extra tiempo. Nos vamos a tiros penales. Los equipos elegen sus tiradores. Las aficiones hacen porras. No se veía una final de torneo así en años. Los líderes comunales, satisfechos. Los representantes municipales, pensando en votos. Los patrocinadores, contentos. Los dos equipos favoritos se disputan el trofeo en un partido de cuatro goles en 90 minutos normales y dos en tiempo extra. Ambos equipos, conformados por muchachos de comunidades pobres, eliminaron a otros que se habían reforzado con jugadores de segunda y primera división, incluso seleccionados nacionales. Cuando inician los tiros penales, la gente piensa que, gane quien gane, será justo vencedor. Y la cosa es tan pareja, que nadie falla los primeros tiros. Se vuelven a tirar cinco y ambos arqueros quitan dos cada uno y los otros no se fallan. Se vuelven a tirar cinco. Nadie falla. Se tiran hasta diecinueve penales sin que nadie falle. Ya no se oyen gritos de celebración. Todos quieren que alguien, quién sea, falle o meta gol. De pronto, cuando el último jugador de la cuarta ronda de penales va a lanzar, se escucha que su entrenador le grita "¡Fallalo! ¡Ya es noche!". Le pega abajo y el balón sale disparado hacia arriba, como el penal de Baggio a Taffarel en el mundial del 90. ¡Hay un ganador! Todos sonríen, se dan la mano y aplauden. **
3
Partido de vuelta. Cuartos de final. Segundo tiempo. Marcador 0 a 2 en contra de los visitantes. En el global 4 - 1. El estadio lleno celebra. Los aficionados al equipo local celebran en el mundo. Otra vez, como sucede últimamente, están venciendo a su archirrival. Aunque en el primer tiempo estuvieron a punto de encajar hasta tres goles en contra, el marcador ha borrado esa sensación de desventaja que tuvieron durante muchos minutos. La moral está alta. Todos sacan sus panderos y celebran mientras el otro equipo, como salmón, va contra la corriente. Empuja, lucha, se entrega... y viene un gol. No importa. Un gol no importa. De pronto, mientras se piensa en ese gol sin importancia, un sombrerito en el área y otro gol. Algo pasa. La memoria vuelve. El equipo local recuerda que todo el partido se ha visto en peligro. Una cámara de televisión busca el rostro del entrenador y por primera vez, en mucho tiempo hay pánico en su rostro. El estadio calla. Los panderos se han guardado y se han sacado los rosarios. Hay sufrimiento. El visitante se crece y sigue luchando. Alguien recuerda que esa sensación ya la ha vivido antes y justo con ese equipo. Otro recuerda que ese equipo siempre se le conoció por las grandes remontadas. Muchos entonces comienzan a pedir la hora. Los visitantes siguen eliminados. Necesitan un gol más para clasificar... los locales siguen clasificados, pero hay miedo, hay preocupación. Alguien entonces recuerda que el equipo visitante representa a un club de valientes y que esa es su característica principal, que a pesar de ser archirrivales, siempre hubo un respeto a ese corjae... en una jugada confusa, el árbitro pita fin. El estadio celebra, los jugadores celebran. Después, inexplicablemente, todos alaban a los vencidos. Rivales, críticos, amigos, enemigos, todos. Y en un lugar de El Salvador, un ser emocionado aplaude con pasión a su equipo, sin reproches por la eliminación, orgulloso del espíritu mostrado. Algunos no le entienden... ***
* La historia la leí en un periódico deportivo nacional, no es mía.
** La historia la escuché de 2 individuos en un trasporte colectivo hace 14 años.
*** Ese ser es un verdadero madridista. Yo.
2 comentarios:
me gustó más el tercero, uno entiende ese orgullo por lesfuerzo... acabo de ver perder a Nadal la final de australia 5/7 en el 5to set y se que no perdió, por lo mismo que decis vos de tu equipo...
la 1era historia no puede ser real, porque ese gol es válido... lo haga a propósito o no... si rebota o pega en él es así...
la 2da tampoco puede ser real... uno que jugó al fútbol de forma amateur sabe que el orgullo futbolístico hace que uno no quiera perder nunca... y menos si la definición se estira tanto...
ojo, mas allá de mis críticas siempre es lindo leer cuentos de fútbol... abrazo
jejeje, por eso los atericos (*) porque solo puedo dar fe del último relato. De los otros, pues, no sé decir más de lo qu está allí escrito.
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