mayo 30, 2011

El niño que era inocente


Hace mucho mucho tiempo conocí la curiosa historia de un niño acusado de hacer cierta travesura para satisfacer un capricho que le era negado por su madre.

Si bien la historia no tiene nada excepcional o diferente a otras historias donde un niño hace travesuras, me pareció bien guardarla en mi colección por esa determinación que el niño mostraba al declararse inocente, a pesar de que a la opinión pública, en este caso de su familia, consideraba lo contrario.

El cuento va así:

Dos niños son llevados a una tienda de zapatos para comprarles un nuevo par a cada uno. En la tienda, ambos niños encuentran un par de su agrado, pero su madre, que ha revisado los precios, sugiere un estilo diferente al que los niños gustan. Estos, descontentos con lo que pasa, montan un berrinche digno de enmarcarse.

La madre, una joven que trabaja toda la semana para llevar alimento a casa (una casa que no es su casa) y que a penas tiene tiempo para las lágrimas, no cede a la presión y, quizás movida por alguna oferta o por la escases de los colones de aquel entonces, impone su criterio y compra a cada uno otro estilo de zapatos. Un par igual a ambos. El menor de los dos niños, cede. El mayor, inexplicablemente, pues va contra su personalidad, se queja y monta una especie de resistencia que solo servirá, más tarde, para para etiquetarle de villano.

Los zapatos, zapatos son, y cualquier zapato en mejor que andar descalzo. Al menos es lo que debio pensar la madre. Pero los niños, niños son, y eso en sí es un predicamento.

Los zapatos mencionados, de una marca popular, eran de piel color beige y suela de goma, muy cómodos en apariencia y de seguro en precio también. Anoto esto porque sé que esa madre soltera no podía costear zapatos "de marca" en aquel entonces.

Al volver a casa, donde viven con el resto de la familia (tías, tíos, abuela, etc...) y se corre el rumor del berrinche montado por los niños y sobretodo, el del mayor de éstos.

Pasados los días, los zapatos son usados para todos los motivos posibles, desde jugar un poco en los terrenos del lugar donde viven hasta ir los fines de semana a la iglesia donde había que ir lo más presentable posible.

Cierto día, al ponerse los zapatos, el niño mayor nota que uno está roto de un costado. Roto como si le hubieran pasado una cuchilla. Inmediatamente, presenta el caso a sus tías quienes lo cuidaban y estas, sin pensarlo dos veces, le acusan de un siniestro.

"Vos lo rompiste", dicen, a lo que éste responde: "No he hecho nada".

A la noche, cuando su mamá regresa, las tías informan el caso y se monta un tribunal donde se acusa formalmente al infante de romper a propósito el zapato para hacer que se le compre otro par. Este niega los cargos pero en su contra pesa aquella fallida resistencia que mencionamos al principio.

"¡Claro! Como nunca le gustaron los zapatos los arruinó", dicen todos en contra suya, recordando el berrinche del día que los compraron.

No valieron ni sus lágrimas ni sus palabras ni ningún juramento. El niño fue castigado, pero ni bajo la presión del castigo fue movido a confesar algo contrario a lo que mantenía desde el principio: soy inocente.

Al final, hubo zapatos nuevos. Quizás el joven padre, algún tío, la abuela o la misma madre terminaron comprándole un par de zapatos nuevos, sí, los que quería, pero ya no era lo mismo obtenerlos bajo tal acusación. Para todos, él era un villano capaz de romper sus propios zapatos por obtenr unos nuevos. Ni su pequeño hermano supo defenderle, quizá porque no tenía cómo, pero aún después del tanto tiempo, en mi mente persiste le voz inquebrantable de aquel niño diciendo muchas, pero muchas veces: soy inocente.

Y yo le creo, estimados, le creo.

En la foto: De pelo negro y camisa rayada, el niño que era inocente, a su lado, su hermano, llevando el otro par de zapatos mencionado en la historia.

1 comentario:

W dijo...

Ese niño me parece conocido, pero la historia no la conocia.