Sucede que a veces uno anda por la vida sintiendo cierto olor a mierda por todas partes sin saber exactamente de dónde viene, y lo peor de todo, sin saber a dónde va.
Uno sabe que la ha cagado porque simple y sencillamente cagarla es un proceso humano inevitable.
La cagamos seguido, muy seguido, pero, como sucede con las cagadas fisiológicas, no le prestamos mucha atención, ya sea porque sólo halamos la palanca o apretamos un botón y la mierda va a parar hasta La Patagonia o porque, como los gatos, enterramos los desechos para evadir responsabilidades...
Sin embargo, a veces pasa que ese olor a mierda nos persigue hasta invadir nuestra intimidad personal, nuestros pensamientos y nos hace sospechar de todo lo que por orden del destino o del caos sucede a nuestro alrededor.
Aquí es cuando ayudan los viejos recuerdos de infancia, cuando no tenía conciencia de que uno puede andar cagándola en la vida, cuando me dedicaba única y exclusivamente a cagar en las mañanas o cuando mi estómago y sus amigos, los intestinos, conspiraban contra mi. Esos días en los que compartía un pupitre con algún compañero y de vez en cuando, muy de vez en cuando, se sentía un olor a mierda —en esos días sólo podía decir pupú— rodeándonos y sin mucha complicación nos poníamos a revisarnos los zapatos.
Los perros no son como los gatos, y gracias a Dios no son nada parecido a los humanos. Los perros no esconden su mierda como los gatos, y si uno no se fija bien por dónde anda caminando, puede llevarse en sus zapatos o sandalias, un poco de sus heces.
Llevar en los zapatos caca de perro nunca fue tan horroroso como pensar que esa caca era de algún ser humano sin complejos, o con mucha urgencia, que decidió hacer de la vía pública una vía de escape para sus heces, o, como me gusta decirlo, su mierda.
La mierda humana es la más asquerosa de todas.
Pensar que es caca de perro siempre fue, o es, mejor que pensar que es caca humana, y es mucho menos complicado que pensar, o mejor dicho preguntarse ¿será mi propia mierda? ¿Me habré llenado mi calzado de mi propia mierda?
Dilema...
Sí, a veces, en el camino, sin pensarlo, ni buscarlo, ni quererlo, nos podemos llenar de un poco de nuestra propia mierda, o lo peor, llenarnos de alguna mierda y no tener la certeza si es la propia o es ajena.
Y no voy a explicar a qué mierda me refiero.
Por cualquier cosa, revisar nuestro calzado evitará que andemos regando microparticulas de esa mierda mencionada por todas partes.
Sí, señor W, estoy escribiendo otra multitud de veces esa palabra.
¿Qué se le va a hacer?
3 comentarios:
Hola Dear, pues devuelvo la visita ¿Sabias que en teatro desean mucha mierda para que la obra marche bien? ¿Qué sería de los organismos si no compactáramos nuestras ingestas y defecáramos? No sé aunque entiendo perfectamente tu asqueo, no todo es tan malo tampoco
Saludos°°°°
pues y que se le va a hacer
cuando se pega al zapato, no queda mas que buscar un "matochito de césped" o un charquito de agua...para mientras llegamos a casa y lo lavamos
Siempre es la mierda...
Mierda
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