Recuerdo que, en mis días de escolar, precisamente cuando cursaba el sexto grado, fui elegido presidente de mi clase por votación general.
Un hecho sin precedentes, pues, aunque no era un mal estudiante, jamás destaqué por mi conducta y menos por mi colaboración o participación en situaciones como estas.
No sé ni cómo pasó. Usualmente, nuestra maestra —Sra. de Muñoz—, elegía a dos o tres compañeros que consideraba bien portados y luego, en un ejercicio democrático, nos invitaba a votar por quien considerabamos más adecuado.
En nuestro círculo, siempre hubieron dos nombres a ser considerados: Eduardo y William. El primero, casi siempre, era promovido debido a que al segundo no le gustaba participar en esos asuntos. Debo decir que ambos tenían mejor referencia de conducta que yo.
El caso es que, en esa ocasión, mi nombre entró en la lista y, para mi sorpresa, fui elegido presidente del sexto grado de la Escuela José Simón Cañas.
Entre mis funciones, estaba anotar en una lista a cualquier compañero que, en ausencia de la maestra, se mostrara indisciplinado. También, todos los lunes, debía pasar por cada pupitre recolectando una cuota que iba a parar al fondo de para-cualquier-cosa que teníamos en el grado. Así mismo, debía reunirme, de vez en cuando, con los otros presidentes de los grados para votar sobre propuestas que se hicieran a la dirección. Debió haber más responsabilidades, pero, son las únicas que recuerdo.
Así, fui instalado como presidente.
Pasados algunos días, tuve mi primer fracaso en busca de un consenso con mi directiva, conformada por un presidente, un vice-presidente, una secretaria, una tesorera y tres o cuatro síndicos, que en este caso eran sindicas. Sólo el vice-presidente y yo representábamos al sector masculino.
Mis cálculos errados me llevaron a pensar que, en cualquier discusión, el vice-presidente saldría en mi ayuda apelando al sentido común de mis propuestas. Error.
Una simple opinión mía —como siempre— en contra de cierta propuesta ilógica para una rifa pro-fondo de para-cualquier-cosa fue suficiente para generar un sentimiento que parece muy arraigado a los pueblos de latinoamerica: derrocar al presidente en funciones y sustituirlo de ipso facto. O sea, poner en acción un golpe de estado.
¡Y así fue!
Recuerdo que no tardaron ni cinco minutos en ponerse de acuerdo para ello y, de pronto, pase de ser el elegido a ser el desterrado.
No voy a culpar al vice-presidente, el buen Colíndres, de nada inapropiado, pero, por ser de mi misma especie —macho que juega fútbol hasta en el aula—, esperaba un poco más de apoyo.
Así, fui despojado de mi cargo.
Recuerdo que, a la siguiente clase, la profesora, que ignoraba por completo lo sucedido, se dirige a mi para preguntarme a qué acuerdo llegue con la directiva y yo, que no sabía cómo explicarlo, me quede en silencio.
Una de mis compañeras —la vocera— se encargo de explicar a la maestra que ya no era el presidente pues por votación unánime habían colocado a Colíndres en mi lugar y que, habiéndome negado a ocupar otro puesto, había quedado fuera de la directiva.
La profesora frunció el ceño pero, antes que pudiera decir algo, mi compañera se encargo de explicarle que me habían reemplazado porque no anotaba a los malportados por ser mis amigos, que no hacía la colecta semanal, que era uno de los que jugaban fútbol donde se nos había dicho que no jugáramos al fútbol y bla bla bla bla bla"...
Nadie me defendió, y tampoco esperaba que lo hicieran.
Debo aceptar que en lugar de molestarme me sentí aliviado. No me gustaba hacer la colecta. No anotaba a los que hacían desorden porque yo lo hacía también y me gustaba mucho jugar fútbol, aunque eso significara ir en contra de las indicaciones que nos daba la dirección de no jugar en las aulas ni en el patio trasero.
Estaba feliz de no tener que reunirme con la maestra para tratar asuntos del grado ni tener que reunirme con los otros presidentes de la escuela.
A Colíndres no le sentaba nada mal ser presidente de un motón de niños desinteresados en esas cosas y de un montón de niñas que querían hacer todo a su manra. A nuestra maestra, realmente, le daba igual y, los otros presidentes, ni cuenta se dieron de lo ocurrido.
Claro, en mi inner circle, todos se reían de cómo me habían destituido: Al estilo latinoamericano, sí, el de los Golpes de Estado.
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5 comentarios:
hablando de la historia de america latina en contraste con el resto del mundo hay un sitio que lo explica de manera muy jocosa...la hizo Hernán Casciari..actualmente corresponsal de EL PAÍS de España...aqui los links...
http://www.taringa.net/posts/info/1750629/Pa%C3%ADses-poco-conocidos___.html
http://www.taringa.net/posts/humor/1654563/Relaciones-entre-pa%C3%ADses-(para-leer-tranquilo).html
leelo y opinas...jajajaja
Bueno amigo, eso de el golpe de estado que sufriste fué producto, por lo que leo (no ahondaré en esto) es por la mala gestión de tu gobierno y las malas compañías de tus funcionarios.
Vaya sin saberlo estos niños reprodujeron algo que fué bién común en esos años, lástima espero que esa práctica no se repita por el bién de todos.
Saludos.
@ jonasan: Es curioso jajajajaj sobre todo el segundo link que me parece excelente! jajajaja
@ Folósofo: No! Debístes haber estad allí! jaja
Me gusta.
@ Angus: Ok.
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