Margarita está linda la mar...
Ruben Darío.
¡Auxilio, auxilio!
El grito se volvió insistente. Más fuerte en cada repetición. Sonaba a alboroto, a descontrol. Era un grito tan desgarrador que su angustia se alcanzaba a percibir bajo el agua. No se podría precisar exactamente hasta dónde, pero él lo escuchaba, y lo sentía, aunque no le producía mayor reacción. Hasta llegó a pensar que se trataba de un eco submarino. Una voz que había viajado de otro lugar del mundo hasta donde él estaba. El grito de una ballena, pensó. Una ballena hispanohablante.
No debía estar muy profundo, pues distiguía perfectamente la palabra. No era un ruido sino una palabra. Un auxilio en letras mayúsculas, separadas por guiones. A-U-X-I-L-I-O. En español, o castellano, como le gustaba decir a él. Un auxilio de auxilios.
Era una mujer, una sirena, un delfín... o un recuerdo. Mas fuera lo que fuera, lo distraía. Estaba viajando por primera vez a lo profundo del mar, sin miedo. Tenía abiertos sus ojos, a pesar de la sal. Llevaba en sus pulmones cincuenta o sesenta segundos de aire y no pensaba desperdiciarlos. Estaba allí penetrando al mar, o dejándose atrapar por él.
No confíes en el mar, le decía su padre.
Era apenas un niño cuando ese mar le arrebató a su madre. Por eso, las pocas veces que volvió a encontrarse frente a él, guardaba la distancia. Había tal desconfianza que hasta cuando le daba la espalda sentía que podía pasar algo. Irónicamente, su padre le obligó, via testamento, a esparcir sus cenizas en el mar, justo donde su madre había desaparecido. Maldito día ese.
Nunca tuvo consciencia de lo ocurrido. Su padre gritaba, justo como ese grito que hoy apenas escucha. Todos la buscaban, menos él. No podía. No sabía. No se despidió. El mar secuestró a su madre y nunca devolvió el cuerpo. Que su padre insistiera en ese deseo le provocó disguto. Nunca pudo visitar una tumba por su madre y hoy no podría hacerlo con su padre. De algún modo, debía ir al mar a recordarles.
Fue en ese cínico ejercicio, en cada conmemoración de la muerte de sus padres, que empezó a dialogar con el mar hasta acercarse. Así conoció a Beatriz, una joven que le enseñó que el mar tiene tres rostros: uno superficial, uno poético y el que solo se ve en lo profundo. Con ella, y por ella, se animó a conocerlo. Aprendió de sus ojos claros que tenían reflejados crepúsculos, amaneceres y noches enteras frente a la mar. Y ahora estaba allí, sumergido en lo profundo, sin miedo.
El grito había dejado de ser.
O ya no se escuchaba en lo profundo donde el silencio es pesado y lo inundaba todo. Había ignorado esa voz a propósito para tocar fondo, para alcanzar esa profundidad donde pudiera sentir que tocaba al mar y no que el mar lo tocaba a él. Deseaba sentirse un invasor. Hasta dejó de pensar en los segundos de aire que llevaba en sus pulmones. Dejo de pensar en el tiempo. En su viaje al fondo solo había contemplasión.
Es hermoso, pensó. Y allí, con ese breve pensamiento aún fresco en su mente, se sintió seducido. No era involuntario. Estaba allí por su propia voluntad. Quizá un poco de alcohol le había impulsado, pero era su decisión. Por eso había ignorado aquel grito desesperado. Por eso seguía allí en loa profundo. Por eso...
¿Habría pasado lo mismo con su madre? ¿Había sido seducida por el mar? ¿Por eso su padre deseaba que sus cenizas se mezclaran con el mar? ¿Por qué gritaba esa mujer? ¿Era acaso involuntaria? ¿La habrán escuchado? ¿Escucharía alguien sus pensamientos? ¿Lo escucharía el mar? ¿Escucharía el mar su corazón? ¿Le alcanzaría el aire para más?
La oscuridad lo envolvió. Luego, la luz.
Entonces escuchó la voz otra vez. Se acercaba. Aquí, aquí, decía sollozando. Era su madre, o su padre, o Beatriz. O cualquier desconocida. Las olas le golpeaban el rostro. La arena raspaba su piel. El sol inundaba sus ojos. Un soplo de aire inundo su estómago, y sus pulmones. Había voces alrededor. Un alboroto, un descontrol.
Beatriz lloraba. Alguien presionaba su pecho y luego soplaba fuerte dentro de su boca. Tosió de asco, y luego vomitó. Lo habían salvado. Lo habían arrebatado del mar... sin su consentimiento.
Quería verlos, susurró. Beatriz besó sus mejillas. Y juntos despidieron al sol que parecía sumergirse en la profundidad del mar.
© 2013 David Alvarado
1 comentario:
comparto el miedo al mar... o será un respeto profundo... me gustó el relato y alivia el final feliz....
cuando ví el link de un nuevo post en tu blog, pensé que ya habías visto y escrito algo sobre Gravity... pero no... a esperar.... salu2...
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