Días augustos

Me gusta agosto. No porque me den tres días de vacaciones a principio de mes, sino porque agosto, para mi, es un principio. Fui concebido en agosto.

Mis padres se casaron el primer viernes de junio del año en que Argentina se proclamaba campeón mundial de fútbol por primera vez. Se casaron durante el mundial, pero ese día no hubo partido. Dos meses después, me concibieron. Así, sumando fechas, a los nueve meses, los doctores me sacarían del vientre de mi madre.

O, si el cálculo no satisface, al contar hacia atrás desde el primer domingo de mayo del año en que el Nottingham Forrest FC ganó su primer Copa de Europa, hasta contar cuarenta semanas, se llegará a agosto.


Un escriba romano, o griego, escribiría que fui concebido en las calendas de augustus y nací en las calendas maius.

Agosto, como tal, no existía. Octavio (César Augusto), primer emperador de Roma, recibió el honor que el sexto mes (sextilis) llevara su nombre: augusto. El inicio del calendario romano era en marzo (martius). Y como quintilis había cambiado su nombre a iulius en honor a Julio César, a sextilis le toco mudar a augustus, y, para no quedar en menor grado que iulius, se dispuso que éste también tuviera treinta y un días.

Y paremos de historia.

Me gusta agosto, decía (escribía). Y podría profundizar más mis argumentos, pero basta con lo anotado.

Que mi historia diga que en la primer semana de agosto del año en que Mario "Matador" Kempes metió dos goles a Holanda en la final de la Copa Mundial de Fútbol, un par de adolescentes (17 y 18 años) recién casados cogieron al punto de fecundar a su primogénito.

Agosto, pues.

Días augustos. Días venerables. O días de payasos*


Paz.


*En el circo clásico, augusto es el payaso de nariz roja que acompaña al clown.