febrero 23, 2012

The Artist, una oda al cine mudo.



No es absurda la idea de filmar en blanco y negro una película muda.  No solo es posible sino que hasta debería ser requisito para todo cineasta. Lo absurdo es pensar que una película así puede pasar la barrera del formato independiente, documental o de festival hasta caer en manos de ejecutivos de estudios cinematográficos, distribuidoras y, lo más, mucho público.

Filmar en blanco y negro, sí, pero ¿sin diálogos? O peor, usando un formato de cine mudo como tal, no un documental o una película conceptual sino una película a la antigua. ¿Es posible? ¿Hoy, cuando todo es HD, 3D, etc...?

The Artist, es francesa, muda y filmada en blanco y negro. Además, cuenta la historia de una estrella de cine mudo, George Valentin, pero no al estilo moderno, no. Lo hace siguiendo la estética y formato del cine de los años 20. Como si hubieran encontrado el rollo de una película inédita de esa época y los estudios decidieran proyectarla ahora ($).

El cuento es simple. La fama de un actor de cine mudo se ve amenazada cuando aparece en escena el cine sonoro.  La soberbia y resistencia de éste a adaptarse al cambio lo hunden en la miseria al mismo tiempo que una chica (extra) a quien éste conoce y aconseja durante la filmación de una película se convierte en la nueva sensación del cine sonoro. Y como el destino no se equivoca (al menos no en el cine) la relación entre ambos aportará la solución. Final feliz.

Un película bella. Una oda al cine mudo. Un homenaje al trabajo/arte que se hacía entonces y que pocos valoran ahora. Una carta de amor al cine, como muchos le han llamado. Una aventura. Un riesgo. Una locura. Una pieza de colección.

Es difícil no pensarla como película para cineastas y críticos.  En el Festival de Cannes, donde se estrenó, le llovieron aplausos, pero hay que entender que a los festivales solo van cierto tipo de personas: los que financiaron la película, los protagonistas, los que esperan sacar más dinero de ella, los organizadores, periodistas especializados, críticos y cinéfilos.  El otro público, las masas, los que compran pop corn, soda y van por diversión pocon entienden de festivales.

Tengo reglas para ver películas. Si la película me gusta de entrada, debo verla por segunda vez para observarla y una tercera vez para criticarla. Muchas no pasan de la primera vez. Lo mismo si no me gusta de entrada, porque unas convencen a la segunda o tercera.

Esta me enamoró a primera vista. Lógico. A segunda vista entendí por qué la mayoría de críticos y cineastas le tiran flores. Y es que no solo es un homenaje al cine mudo sino un collage del mismo. Desde la primera escena hay referencia a clásicos de esa época. Muchos guiños a películas y escenas del cine mudo sin llegar a la parodia. Una imitación de aquel cine.  Claro, para imitar hay que conocer, estudiar.  The Artist lo hace bien, sí,  pero a tercera vista queda claro que lo único original en ella es mostrarse como una película hecha a la antigua en tiempos modernos, pero ni tanto. Ya explicaré a qué me refiero.

De la historia no vale decir mucho.  Si se vio A star is born y hasta de Singing in the rain la trama parecerá muy conocida. El guión, sin embargo, pasa de la historia y dibuja momentos escénicos sublimes. La primer secuencia es magistral. La base para enganchar al espectador a la idea general de la película. Una película se proyecta frente a una sala llena de público. Luego, en la misma, se dibuja al protagonista. Su talento, carisma y personalidad enmarcados como tarjeta de presentación para luego ir poco a poco revelando el camino a seguir.

El primer contacto visual entre los protagonistas es, además de cómico, genial. La escena del segundo encuentro es mágica y prepara el encanto de la tercera escena donde los protagonistas tienen contancto visual mientras se filma una escena en el plato. Una escena que cautiva, sin palabras. Casi poética es aquella donde la chica, enamorada de su ídolo, entra a su camerino a escondidas y acaricia el traje colgado en un perchero. Aún las escenas con el perrito acentuan momentos claves. Un guión que sabe qué usar para cautivar, entretener, conmover y fascinar.

La dirección es fenomenal.  No solo trata de parecer una película de los años 20 sino que hasta podría pasar como una, como mencioné antes.  Michel Hazanavicius, el director, retrocede en el tiempo para filmar esta película.  Lo intenta en la estética, el estilo, pero es obvio que tecnicamente pasa de largo, quizá por razones comerciales.  Ni filmó con una cámara de la época, ni disparo los fotogramas a la velocidad de entonces (16-18 fps) sino que mantuvo la actual (24 fps).  Tampoco uso película antigua, ni creo que maquillaran a los actores como en esos días. Quizá si hubiera hecho como Woody Allen en Zeling (hasta maltrato el negativo para parecer película vieja y filmo a 18 fps ciertas secuencias) hablaríamos de una obra de arte.

De no ser por la calidad visual (negativo/proyección) pasaría como una reliquia (si hubiera hecho lo de Zeling, más). Demuestra que Hazanavicius y su equipo tienen un gran conocimiento de los clásicos de la época y la forma de trabajo que se usaba.

Es justo ese su encanto: parecer que se ha hecho un viaje al pasado. Nostalgia.

Hay que decir también, para no excedernos, que esta película, en aquella época, hubiera sido del promedio. Nada más.

Hay que aplaudir las actuaciones. Primero, a Jean Dujardin, en el rol protagnico. Su caracterización es soprendente. Sus gestos teatrales son propios del cine de aquellos tiempos. Su capacidad de manejar escenas con gestos es espectacular. El manejo de su cuerpo en las escenas de baile y su expresión corporal en los momentos dramáticos demuestran que su histrionismo es superior. Sobresale del elenco por mucho, los otros cumplen dignamente en sus roles. Bérénice Bejo, como Peppy Miller, la joven fan que se convierte en estrella y redentora, convence con su gracia más que con su belleza.  John Goodman está  soberbio en su rol de ejecutvio de estudio. Y qué decir del perrito robaescenas, quizá la cereza del pastel.


Filmar en blanco y negro no es fácil.  La fotografía no debe parecer plana.  Las luces deben dar volumen a los objetos.  En este caso hay una dificultad más: emular la exposición de las peliculas de esos años. No solo filmar preciosamente en blanco y negro, sino imitar la proyección de aquellas películas.  Naturalmente (tristemente) no se podía cumplir al pie de la letra esta condición.

El ritmo es adecuado, aunque tratandose de una película con las peculiaridades mencionadas tiende a ser lento en algún tramo, y eso, al espectador normal tiende a desconectarlo. Soy testigo de cómo quienes la veían conmigo lo hicieron, pero hablamos de gente acostumbrada a otro tipo de cine.  En mucho ayuda el montaje y sobretodo la música.  Sin la música que va impregnada a las imágenes (en los años 20 se tocaba en vivo al proyectar la película) la película sería solo una referencia y no tendría vida por si misma.  La banda sonora es hermosa y atinada. La ambientación y el vestuario están a la altura de una gran producción de Hollywood, y no lo es.  Un trabajo sobresaliente.

Fuerte candidata al Oscar. A mi gusto, The Descendants es la única que puede competirle en tres categorías: mejor película, mejor director y mejor actor. Nada más.

No hablamos de una obra de arte. Realmente no lo es. Hablamos de una oda al cine, al mudo, sí, pero al cine. Una canción de amor al lenguaje cinematográfico, a la imágen.  Una película bella, sencilla y entretenida. Un collage del cine mudo que no hace creer que regresamos en el tiempo a ver una película de estreno de esos días.  Me hubiera gustado verla en el cine, pero aquí no viene todavía. 

Esta vale la pena ponerla en la lista de favoritas.



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