enero 24, 2011

Spa colectivo, o el mundo es una mierda

El mundo es una mierda. Lo que pasa es que estamos tan acostumbrado al mal olor que creemos que nos damos un baño en una tina de barro, sí, como si estuviéramos en un spa colectivo con toda la humanidad disfrutando a nuestro lado. Así, siempre y cuando no abramos la boca y no traguemos un poco de esa mierda, estaremos allí flotando en la tina con una sonrisa a lo Gioconda o peor aún: a lo Jim Carrey con máscara verde.

Todos los días, a toda hora, miles de personas se sumergen en la tina, voluntariamente o involuntariamente, sin descanso.

Entiendo a los involuntarios. A lo que esa fuerza llamada destino, predestinación, karma o lo que sea, les obliga a meterse en esa piscina sin pedirles permiso u opinión. Todo para que otros, más o menos importantes, saquemos conclusiones de lo que les pase dentro. Estos son los que por más que aprieten las tuercas siempre perderán las llantas en el camino. Los involuntario, poco o quizás nada, pueden hacer para salir de ese estanque pretencioso de mierda.

A los voluntarios, lo que hicieron fila para darse un chapuzón, los pagaron boleto vip para estar en el mejor lugar de la tina, los que se esforzaron y trabajaron duro para estar allí, pues, a esos, realmente, no los entiendo.

El caso es que, después de un tiempo flotando en este sitio, ya no sé si soy un voluntario o involuntario...

Todo pensamiento tiene su semilla, su detonante, en un suceso determinado, y estas líneas no son la excepción.

El viernes, comía una hamburguesa en compañía de un amigo y, entre otras cosas, le habla de cómo hace veintitantos años atrás una película me provoco una catarsis intensa, inspirándome a un no sé qué que no me dejó ser el mismo desde entonces. El domingo, el destino o un programador mal intencionado, decidió que un canal de cable transmitiera la misma película, sin cortes.

Y sucede que, veintitantos años después, habiéndola visto ya varias veces, estoy allí recostado en el suelo viendo esa película junto a una mujer, hablándole de la misma catarsis aquella de hace tantos años, sobre la escena esa y aquella, o si la música aquí o allá; escuchando nuevamente decir al sioux "Estaba pensando que, de todas las huellas de esta vida, hay una especialmente importante: la huella de un ser humano verdadero", hasta preguntarme: ¿tengo que sacar alguna conclusión de esta extraña casualidad?

Pues bien, inevitablemente, saqué tres conclusiones. La primera, el niño que vio esa película hace veintitantos años atrás, se perdió en algún lugar de la tina... la segunda, pues, que este adulto debió hundirlo poco a poco hasta ahogarlo, y la tercera, que no puedo evitar pensar ciertas estupideces cuando veo ese film.

De todas las huellas posibles tenemos que elegir una, preferiblemente fuera de la tina. Pero, estando dentro, tratar de salir de ella es complicado. Todas nuestras acciones de una u otra manera nos meten un poquito en ella. Todas nuestras huellas terminan pisando otras y borrándolas. Una acción provoca siempre una reacción. Si la haces, la pagas, o por lo menos la debes. Y algunos debemos muchas...

Si intentar salir es complicado, buscar los restos de algo que fuimos lo es aún más. Y así, sea culpa de alguno de los destinos posibles a elegir o no, la tina seguirá llenándose, porque ¿quién puede evitar cagarla de vez en cuando? ¿no?


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