diciembre 29, 2013

Lo que no quiero, eso hago.

Trataba de explicarle a alguien la frase que uso como título del texto, pero no sé si al final me di a enteder. No se trata de una queja. No hay enfado en ella. Quizá cierta resignación, pero sin lamento. Es más bien una postura. Una revelación.

Hay, en esa pequeña frase, un manifiesto.

La uso poco, o, en otras palabras, la he revelado a pocos. No siempre va acompañada de explicación. Además, no hay mucho que explicar. Todo lo que hay que saber de ella está allí en sus veinte letras. La explicación no es una justificación, ni una expansión de la idea. No busca silogismo. Es un anexo, como advertencia. Ni instructivo ni manual. 

La explicación tampoco busca ser exacta.

Involuntario. Un involuntario. La frase me define como tal. Y así se revela de otra forma. La misma idea, otras palabras. El mismo manifiesto. Como adjetivo es más fácil, o no. Depende mucho del receptor. Quien es sometido a la frase la procesa como viendo a un espejo. Algunos se asustan. Otros ignoran. El quién soy yo frente a esa frase incomoda, pues de una forma u otra todos somos involuntarios.

No soy el único.

Como mencioné antes, son pocas las personas que me han escuchado decir eso. De esas pocas personas, son menos las que han recibido el anexo, la explicación. De quienes recibieron el anexo son poquísimas (dos o tres) las que se descubrieron en ella. No sé si entendieron o no, mas no me importa tampoco. 

Hoy, aquí, sin saber exactamente quién leerá este texto, dejó constancia que es cierto: lo que no quiero, eso hago. Soy un involuntario. Y no me quejo.

Por hoy, no hay más que escribir.

Paz.


1 comentario:

yo dijo...

Interesante. Gracias